domingo, 20 de diciembre de 2015

El Gordo



     Este relato lo escribí para el taller literario de Literautas. Los requisitos eran que apareciera la frase:"El sobre estaba vacío", y una longitud máxima de 750 palabras.

El Gordo

Frank miró al gordo a los ojos. Esos ojos acojonarían a cualquiera, no en vano El Gordo era el mayor hijo puta de la costa Este. Un tipo duro, de los de antes, uno de esos que no se andan con chiquitas. El Gordo había forjado su imperio mafioso sobre un reguero de sangre que corría por la mitad de los Estados Unidos. Sus negocios abarcaban desde la extorsión, hasta el tráfico de armas, pasando por la trata de blancas. Nunca droga, El Gordo no quería drogas en sus calles, era algo que odiaba a muerte, no en vano había sido lo que llevó a su hijo al largo viaje.
— Mira Frank, se que eres un buen chico, de los mejores que tengo— El Gordo agarró a Frank por los pelos de la coronilla—, pero no soporto que me mientan, y tu lo estás haciendo.
— No Gordo…— Frank tragó saliva—, no te miento, no tengo nada que ver con esa mierda.
El Gordo depositó delante de las narices de Frank, una bolsita de coca. Su cara reflejaba el asco que sentía. A Frank le dio por pensar que era curioso ese hombre, se asqueaba por la coca, y era frío como un témpano a la hora de matar. Definitivamente, El Gordo era un hombre curioso, definitivamente El Gordo le mataría esa noche.
— De veras Gordo, no tengo nada que ver con eso —lloriqueo Frank.
El Gordo lo miró con desprecio, e hizo un gesto a El Largo Mike. Ese hombre era la antítesis de El Gordo. Delgado y alto, golpeaba a sus víctimas con saña. Sus ojos no reflejaban ninguna emoción durante las palizas que su amo le encargaba propinar. El primer golpe tumbó a Frank, que cayó desmadejado al suelo. Luego vinieron las patadas, Frank creyó notar que se le rompía una costilla, el dolor era inmenso y no le dejaba respirar. A una señal de El Gordo cesaron los golpes.
— Frank, Frankkk, te aprecio, de veras. Mira — dijo sacando un sobre del interior de su chaqueta—, aquí están las pruebas. En el interior de este sobre está todo lo que necesito saber. Este sobre te llevará al fondo de la bahía, cargado con un collar un poco.. como diría.. pesado, sí esa es la palabra, muyyy pesado.
— No Gordo, por favor — suplicó Frank—. No he hecho nada ¡tienes que creerme!
El Gordo le soltó una bofetada, el gran anillo que le señalaba como jefe de la mafia, dejó su sangrienta huella en el rostro de Frank.
— Sabes que soy compasivo, y comprensivo con los fallos de mis “trabajadores”, pero debes confesar Frank, porque sino…
El Gordo hizo una señal al Flaco que comenzó a golpear sin compasión. Frank trataba de protegerse con sus brazos, tapando su cuerpo como podía, encogido de dolor en el suelo. Los golpes cayeron uno tras otro, amoratando músculos, rompiendo huesos y saltando dientes. Frank quedó reducido a una triste y temblorosa figura tirada en el suelo. Ahogado en su propia sangre intentó articular palabra con gran trabajo. El Gordo se agachó a su lado y lo acunó protectoramente.
— Dime Frank, dime lo que quiero saber.
— Lo siento Gordo, yo no quería… necesitaba dinero y..
— Ya, ya, no te preocupes Frank, lo entiendo. Gracias por sincerarte conmigo, te respeto, de veras que lo hago. Ahora te voy a dejar sólo, para que recapacites sobre lo que has hecho, después hablaremos de tu penitencia, y finalmente volverás a ser el de antes, no te preocupes, sabes que soy compasivo.
— Gracias señor, muchas gracias —pudo decir a duras penas Frank.
El Gordo y su matón salieron del pequeño cuarto en el que había sucedido todo. Frank quedó tirado sobre el suelo, en medio de un charco sanguinolento. De pronto sus pupilas se dilataron, allí estaba el puto sobre. Se arrastró como pudo, el costado le dolía terriblemente, moriría si no iba pronto a un hospital, pero El Gordo no le dejaría morir, había confesado su culpa, volvía a ser de los suyos. Al fin alcanzó el sobre, tras muchos esfuerzos consiguió abrirlo. El sobre estaba vacío, ¡el puto sobre estaba vacío! A Frank se le aflojó el esfínter << joder, joder, El Gordo no tenía nada y he confesado, joder ¡he sido un estúpido! >> La puerta se abrió,  Frank apenas vio venir la bota del El Largo, después todo se apago, para siempre…

lunes, 7 de diciembre de 2015

El Lápiz Mágico

      Este relato lo escribí para el taller literario de Literautas, longitud máxima de 750 palabras y como título:"El Lápiz Mágico". 

El Lápiz Mágico

     Adrian acarició con adoración El Lápiz, recreándose en la madera, palpando su afilada punta. Aquel lápiz era especial, escribía suavemente, apenas arañando la superficie del papel y se podía borrar con facilidad. Era un romántico y le encantaba escribir a la vieja usanza. No tenía la suficiente destreza para usar una pluma, como le hubiera gustado. Le entusiasmaba escribir a lápiz, fue con el lápiz con lo primero que adquirió habilidad para escribir con una letra más o menos presentable, algo que jamás pudo conseguir con el bolígrafo.
     Las letras fluían con facilidad sobre el papel. Llevaba tiempo enfrascado en aquella historia. Su anterior libro había sido todo un éxito de ventas, y durante un tiempo estuvo bloqueado ante la presión de repetir triunfo, pero las musas habitan en los lugares más insospechados, y fue viendo el telediario del mediodía cuando le llegó la inspiración. Imágenes de la terrible tragedia de los refugiados sirios le dieron la idea. Se imaginó la desgracia de aquellas gentes, que huyendo de una guerra que no entendían, fueran a sufrir una muerte aún más incomprensible.
     Su mano siguió escribiendo “Salim, había salvado la vida por muy poco. Cuando le sacaron de entre los escombros su pelo largo ensangrentado le hacía parecer un Cristo crucificado. Le dijeron que había sido un milagro. Y ciertamente debía de serlo, ya que de todos los habitantes de aquel enorme edificio, solo él había sobrevivido…”
     Se removió dolorido en la silla, el reloj marcaba las diez de la noche. Aún escribiría más esa noche antes de dormir, pero ahora se iba a tomar una buena sopa, no había nada mejor para esas frías noches de invierno que un buen caldo caliente.
      El tazón humeaba entre sus manos y Adrian se deleitó al sentir el calor que se extendía por todo su ser. No dejaba de pensar en la historia que tenía entre manos. Salim era un gran personaje que le iba a dar mucho juego en la novela. Aquel terremoto era el verdadero principio de la historia, tras la presentación de personajes había llegado al punto en el que todo empezaba a desencadenarse.
     Volvió a su escritorio, su sancta sanctórum. Cogió El Lápiz, lo sentía como algo vivo que le guiaba ágilmente en el proceso de la escritura. Había rescatado aquel extraño lápiz del expositor de una vieja tienda de antigüedades en el histórico Madrid de las letras. Madera noble, grafito de primera calidad; incluso las extrañas filigranas talladas que cubrían gran parte de la madera, le eran agradables al tacto. Todo en aquel lápiz le empujaba a la escritura. Así que encendió la vieja lámpara, releyó los últimos párrafos y continuó con la historia…
    Eran aún las seis de la mañana cuando sintonizó el canal 24 TV. Le gustaba estar al tanto de lo que ocurría en el mundo, muchos de sus relatos estaban inspirados en noticias ocurridas en los puntos más remotos del mundo; otras tenían su origen en extraños y oscuros sucesos acaecidos en algún callejón de Madrid. Aquella mañana el presentador estaba comunicando las últimas novedades sobre la guerra en Siria: “El denominado Estado Islámico avanza imparable sobre Siria. Las fuerzas occidentales intentan frenar su avance sin éxito, y para empeorar aún más si cabe la situación, nos llegan noticias de un gran terremoto ocurrido anoche en la parte Norte del País, la más castigada por la guerra. Tenemos imágenes de lo sucedido, facilitadas por la televisión alemana, la única presente en la zona…”
    Adrian, observaba horrorizado la destrucción causada por el seísmo. La cámara se había centrado en un edificio de gran tamaño que había colapsado y quedado reducido a grandes cascotes desparramados por la zona. Unos paisanos estaban rescatando de entre los restos a un individuo de larga melena. Los subtítulos decían que se trataba del único superviviente, de nombre Salim ab Salad que había resultado sorprendentemente indemne.
     La cabeza de Adrian comenzó a dar vueltas, aquel hombre era idéntico a su personaje, incluso se llamaba igual y el terremoto…todo había ocurrido como relataba en su historia. El café que sostenía entre sus manos cayó al suelo, sus piernas le llevaron atropelladamente hasta su escritorio. Horrorizado, vio como brillaban las extrañas filigranas de aquel maldito lápiz, su luz se derramaba sobre la última hoja escrita. Adrian releyó la última frase “aquel terremoto sería el primero de una serie de terribles catástrofes que cambiarían el mundo para siempre…”. Adrian cerró los ojos cuando todo el edificio comenzó a temblar.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

TE COGERÉ, GANADOR PRIMER CONCURSO DE RELATOS DE TERROR DE EXPERIENCIAS LITERARIAS


      Este es el relato ganador del  PRIMER CONCURSO DE RELATOS DE TERROR DE EXPERIENCIAS LITERARIAS. La temática era la noche de Halloween.
        Se ha montado una polémica en torno al premio. Algunos de los participantes (dos), no estaban de acuerdo con el criterio del jurado a la hora de premiar mi relato, considerando que no era merecedor de la victoria. Para ello aludían a errores de puntuación y sintaxis. Estoy de acuerdo con esos errores, ahí están y no los voy a maquillar. También hay que apuntar que no se publicó correctamente maquetado en Facebook, por lo que dificultaba su lectura. No obstante, tal y como ha comentado la organización del concurso, esos errores no eran motivo de eliminación. Y es más, tendrían que haber eliminado a más de la mitad de participantes, ya que había numerosos textos con errores. El relato ha ganado gracias a la historia, al contexto según la organización, era el mejor de todos los presentados en ese aspecto, y han sido muchos los presentados, todos de gran calidad.
     Mi opinión es que este relato es capaz de generar sensaciones, emociones, en el lector; y lo ha hecho mejor que los demás según el criterio del jurado. El relato va a ser publicado en la Revista Ensueño, pero antes pasará por las manos de un corrector profesional, lo mismo que todas las obras publicadas en editoriales de prestigio.



Te cogeré

     Aquella era una puerta como las demás, igual de sencilla que todas, vamos, la típica puerta de sencillo barrio de la periferia de Madrid. Pablito, que así se llamaba el más joven de los dos niños, tocó la puerta con el palo que portaba en la mano “eres un zombie” le decía Roberto, su hermano mayor, “un zombie no lleva palo”, “ya bueno, pero estamos en Halloween, y en Halloween se permite a los zombies ir armados para defenderse de los demás monstruos”, su hermano, vestido de policía psicópata, asentía resignado mientras acariciaba su pistola de plástico.
     Toc, toc, la puerta se abrió.
    — ¡Truco o trato! —gritaron al unísono Pablito y Roberto.
    El hacha no tuvo conmiseración, el hacha es un arma propia de la democracia, que ha cortado cuellos de todo tipo, desde largos y pálidos cuellos de jóvenes aristócratas, hasta rudos cuellos, anchos y peludos, de un labriego ladrón. La sangre fue rápida y eficazmente limpiada, y los restos retirados al interior de aquella puerta, una puerta común, que guardaba tras ella secretos nada comunes.
   Poco tiempo después, apenas habían transcurridos treinta minutos desde que Pablito golpeara aquella puerta, apareció otro niño. Se trataba de Sergio, de 12 años de edad y que vestía como una triste imitación de monstruo. No era un monstruo identificable, se había puesto unos harapos y algo de sirope de fresa aquí y allí. No era un aficionado a disfrazarse, de hecho odiaba Halloween, pero su padre, que había vivido unos años en Estados Unidos, era un enfermo de las tradiciones americanas. A Sergio no le parecía respetuoso disfrazarse de monstruo la noche en la que deberían de honrarse a los muertos, eso es lo que le decía una y otra vez el Párroco Don Ovidio. Él era más partidario de la tradición cristiana, pero su padre… y además todos sus amigos se habían disfrazado. Habían hecho una estúpida apuesta para ver quien conseguía más caramelos de toda la pandilla. A Sergio no le gustaba Halloween, pero los caramelos eran su debilidad, así que entre los caramelos y la apuesta, se había decidido a tocar el mayor número de puertas posibles. Sus pasos le habían llevado esa noche hasta aquella puerta, tocó con fuerza, era tarde y posiblemente los inquilinos estuvieran dormidos. Alguien se iba a despertar de mal genio, pero daba lo mismo, así seguro que le daba más caramelos para quitárselo pronto de encima, pensó Sergio con una sonrisa apenas esbozada en la cara.
     — ¡ Truco o trato ¡—
    El hacha cayó con fuerza, con tanta fuerza que partió una de las baldosas del portal, Sergio se quedó paralizado. Se había movido ligeramente y el arma había pasado rozándole, dejando tras de sí un pequeño rasguño en su hombro. El individuo salió con toda la calma del mundo a recoger su hacha. Sergio no podía moverse, algo le atenazaba el corazón con tanta fuerza que sus piernas no respondían. Aquél hombre de mirada fría e inerte, posó sus ojos amarillentos en los de Sergio. El joven sintió que algo se rompía en su interior, aquel horrible hombre iba a matarle. Esos ojos sin vida, eran los de un asesino y él era su presa. Sergio arrancó a correr todo lo que su cuerpo de doce años daba de sí. Bajó las escaleras sin apenas tocar los escalones, a punto estuvo de caerse al girar en el descansillo hacia la siguiente planta. Aquel maldito disfraz casi le había hecho caer. Pero Sergio siguió corriendo y corriendo. Bajó las tres plantas y abrió la puerta del portal de un empujón, o eso fue lo que intentó, porque la maldita puerta no se movió ni un milímetro de su sitio. Sergio forcejeó con la maneta, empujó con el hombro, descargó su frustración a patadas, pero era imposible, aquella puerta no se movía. Un ruido en las escaleras, alguien estaba bajando. De pronto un siseo llegó a él a través del hueco de la escalera: “te cogerééé”. Aquel loco del hacha iba a atraparle, y todo por unos estúpidos caramelos, y una puerta que no se abría. De pronto se fijó en el pulsador que había en la pared “seré estúpido“. Sergio pulsó el interruptor y luego abrió la puerta       que cedió mansamente bajo su mano. Continuó corriendo, ajeno al frío nocturno y a aquellos ojos que le miraban fijamente desde el portal. Lo único en lo que Sergio podía pensar era en aquellas palabras apenas susurradas en la penumbra de la escalera, y que se repetían una y otra vez en su mente: “te cogeré, te cogerééé”
    Sergio llegó a su casa en cinco minutos, cinco minutos de desesperación, en los que no dejó de mirar atrás, pero el hombre del hacha parecía haber desistido de su persecución. Nada más entrar en casa, le contó atropelladamente a su padre todo lo que había ocurrido.
   Los periódicos publicaron al día siguiente toda clase de informaciones contradictorias: “Cadáveres de niños encontrados en un sucio piso del barrio de Carabanchel”,  “El asesino no se defendió, estaba esperando a la policía, rodeado de los cadáveres descuartizados de sus víctimas, todos niños en la adolescencia”.
    Fue el juicio más mediático de la década, pero solo unos pocos dieron la voz de alarma ante miles de niños recorriendo las calles, y llamando a puertas por unos pocos caramelos; siempre sin saber quién se encontraba al otro.
    J.V.M., esas eran las iniciales del que fue llamado “Asesino de Halloween”. Condenado a más de trescientos años de cárcel, nunca dijo una sola palabra, pero cuando escuchó la sentencia de su condena giró la cabeza, miró con aquellos ojos amarillos las cámaras y dijo algo, no fue en voz alta, nadie pudo escucharlo, pero cualquiera que supiera leer en los labios pudo entender dos palabras: “te cogerééé”.

   Los años pasaron, las siguientes fiestas de Halloween fueron muy diferentes. Pocos o ningún niño en la calle, y los pocos que había estaban acompañados por sus padres. Pero la memoria humana es débil y olvidadiza, y a los pocos años, las calles de Madrid y de otras ciudades, volvieron a estar repletas de niños disfrazados, pidiendo caramelos, llamando a puertas en portales oscuros, y asomándose al interior de miles de casas; algunas de las cuales no habían sido vistas por niño alguno en muchos años, y todo… por unos caramelos.

   Pasados veinte años, ya nadie se acordaba del “Asesino de Halloween”. Sergio se había convertido en un escritor de éxito, un escritor que buceaba en los miedos de la gente, en los temores más oscuros de sus lectores. Gracias a su terrorífica vivencia había adquirido una sensibilidad especial para aquellos asuntos tenebrosos. De su pluma surgían terroríficas historias que atormentaban a los adolescentes y que al dormirse tenían que dejar una luz encendida, algo que iluminase las tinieblas de su imaginación desbocada. Lo que nadie sabía, aunque algunos que le conocían podían imaginar, es que Sergio tenía sus propios terrores, sus propias tinieblas. Todas las noches, lo último que recordaba antes de caer presa del sopor inducido por las pastillas, eran aquellas palabras “te cogerééé”, y aquella mirada fija, aquellos amarillos ojos, que más parecían pertenecer a una bestia que a un ser humano.
   No había vuelto a saber nada del Asesino de Halloween. Pero de una forma u otra, había seguido muy presente en su vida. Todos los Halloween eran una fecha para olvidar. Sergio se recluía en su casa. Pedía comida de encargo y veía la tele. No era capaz de escribir una sola letra en su gastado teclado. Todas las historias surgidas de su mente y que habían aterrorizados a sus lectores, cobraban vida en la oscuridad de su apartamento. Un apartamento en lo más céntrico de Madrid, cerca de Sol. Allí, el gran escritor Sergio Mendez, se ocultaba de todo y de todos, temblando, oculto bajo las mantas o frente al televisor, viendo películas antiguas, aquellas que tanto le gustaban y que apenas conseguían distraer su torturada mente. Pero siempre, y a cada momento, entre película y película, siempre acudían a su mente aquellos ojos, para torturarle.
    Sonó el timbre, Sergio pulsó el “stop” de su reproductor dvd, se levantó y abrió la puerta, se apoderó de la pizza tamaño familiar y se dispuso a comer después de pagar al repartidor.
   El primer golpe destrozó media puerta, Sergio cayó al suelo aterrorizado. Allí, envuelta en astillas de madera que volaban por todas partes, aparecía y desaparecía la brillante y afilada hoja de un hacha. Algunas astillas se clavaron en su rostro, la sangre empezó a correr tiñendo su visión de rojo. Bajo aquel velo sangriento, pudo ver como un ojo se asomaba entre los restos de la puerta. La pupila dilatada y de un amarillo intenso conectó con su mirada. Un susurro llegó desde el otro lado “te cogerééé”. La puerta se abrió de golpe, el Asesino de Halloween entró en el apartamento. El hacha colgaba a su lado, rozando el suelo, con un espeluznante sonido metálico. Sergio, incapaz de moverse, sintió la humedad correr por sus pantalones. Aquellos ojos le miraron a escasos centímetros. Casi se desmaya al inhalar el pestazo a sudor rancio, a colonia barata y masaje del fuerte, pero entonces el hombre le susurró al oído: “te dije que te iba a coger”. A continuación el hacha cayó una y otra vez sobre Sergio hasta que no quedó nada que pudiera reconocerse como un ser humano.
   Al día siguiente, la señora de la limpieza, relató a los medios de comunicación que “el señor”, se encontraba tirado en medio de un enorme charco de sangre, y que escrito en las paredes, había una frase escrita en sangre: “te dije que te cogería”.

martes, 1 de diciembre de 2015

Ganador Primer Concurso de Relatos de Terror de Experiencias Literarias

Ayer fue un gran día, ya que me comunicaron que había ganado el PRIMER CONCURSO DE RELATOS DE TERROR DE EXPERIENCIAS LITERARIAS.

Ha sido una satisfacción muy grande conseguir este galardón, ya que es el primer concurso literario al que me presento.

El premio consiste en la publicación del relato en la revista ensueño, en una entrevista y su difusión en las redes sociales durante una semana.
Esto me sirve de acicate para continuar en el tajo, y mejorar cada día un poco más en el arte de la escritura.

lunes, 30 de noviembre de 2015

La Maldición

  
     



    Este relato lo escribí para participar en el taller literario de la página de Literautas. Dos requisitos: Máximo de 750 palabras y la prohibición de utilizar la letra "t".



La Maldición 

El cuerpo sin vida de la joven reposaba lánguido sobre el blanco suelo. Su bella desnudez exhibida de manera impúdica bajo la mirada de los que allí nos hallábamos.
Mis ojos, aún sin querer, se recrearon en las bellas y pronunciadas curvas de sus senos.
La escena sería de una morbosa belleza, de no ser porque las vísceras de la fallecida surgían de una gran herida en su abdomen.
Me despojé del sombrero y la gabardina empapados por la fría lluvia invernal, y los dejé sobre una silla de diseño demasiado moderno y de un color rojo chillón a juego con la sangre.
Examiné de nuevo la escena: La bella joven parecía que acababa de sobrepasar las dos décadas de vida, caída en el suelo, desmadejada, la mirada sin vida parecía inquirir ¿por qué? Sus manos agarraban un cuchillo de grandes dimensiones hundido en su cuerpo. La sangre había dejado de manar hacía mucho y cubría como una segunda piel sus manos. Un asqueroso olor a hierro inundó mis fosas nasales, era el olor de la vieja de la guadaña.
  Me acerqué más a la joven asesinada, me arrodillé y coloqué la palma de mi mano derecha sobre sus bellas facciones, eché a un lado un mechón rubio. La piel se percibía fría, en un segundo comenzaría el calor, como siempre. Un policía uniformado que observaba la escena del crimen, se alarmó y fue a decirme algo, pero su compañero, más viejo y que ya me conocía de casos pasados, le impidió hacerlo cogiéndolo del brazo.
El calor abrasó mi mano, y a pesar de que lo había hecho muchas veces, no pude dejar de sorprenderme, parecía que mi mano iba a comenzar a arder. Las imágenes y emociones comenzaron a fluir, vi y percibí lo mismo que la chica a segundos escasos del fin de su vida. Pude percibir el dolor de su corazón por un abandono amoroso, la desesperación en el forcejeo sabiendo que no podía hacer nada. Y al final el frío acero abriéndose paso en mi/ella, desgarrando el cuerpo, su mirada final fue para su asesino. Luego un fondo negro, la oscuridad reclamó su reino. Alma y cuerpo sumidos en el descanso del olvido por siempre.
Abrí los ojos de improviso, el joven policía dio un paso de espaldas, horrorizado por lo que mi cara revelaba, enorme dolor e incredulidad, las lágrimas cayeron por mis mejillas, inundando mis labios de dolor salado. Esos ojos… los ojos del asesino, los conocía muy bien. Me rehíce al cabo de unos segundos, después nada más, una simple mirada de comprensión, el viejo policía supo que ya había aclarado el crimen. Cerré los ojos de la joven con suavidad y abandoné el lugar.
Conduje por muchas calles, sin saber muy bien lo que hacía ni a donde iba. Cuando llegué a una zona conocida, supe que algo me había guiado en la dirección adecuada. Me bajé del coche, notaba una enorme presión en mi pecho, no podía respirar. Paré en las escaleras para hace acopio de fuerzas por lo que iba a pasar. Presioné el pulsador como muchas veces en el pasado, esperaba
que no hubiera nadie, pero las bisagras crujieron al girar.
Mi compañero apareció. El único compañero que había conocido en más de diez años, el que me había apoyado en mi divorcio, al que había consolado cuando su hija murió por culpa de un coche conducido por un borracho. El compañero al que había respaldado cuando casi acaba con la vida de ese hijo de perra borracho al apresarlo. Mi compañero, mi amigo, el hermano que nunca conocí.
Nuestras miradas se cruzaron, supo lo que iba a pasar.
—Esperaba ver a un enfermo, no lo pareces — le dije.
—He rezado porque no dieran el caso a mi mejor amigo — respondió sin hacer caso de mis palabras.
—Eres un cabrón.
—Sí, lo soy.
—Dame las manos.
—¿Me vas a esposar, aquí en mi casa?
No respondí, le giré y le esposé sin más preámbulos.
—Es lo que se merece un hijo de perra asesino.
El camino a la comisaría pasó como un mal sueño, como una pesadilla que nunca quise soñar. Miré por el espejo, mi mejor y único amigo, un asesino. No pude dejar de pensar si mi don no había dejado de ser un don, y había pasado a ser una maldición.

lunes, 19 de octubre de 2015

Algo grave está pasando

     Este relato corresponde al Taller de Escritura del mes de marzo de 2015, de la página de Literautas. Las condiciónes que debía tener el relato es que apareciera una radio encendida y que la extensión no excediera de 750 palabras.





Algo grave está pasando

     La voz del locutor denotaba miedo, el pobre hombre a penas podía articular palabra. Tras un torpe intento de hilar una frase con sentido consiguió por fin comenzar a transmitir el comunicado que acababan de entregarle <<algo grave está pasando en el condado de Charton. Las autoridades no han aclarado lo que está sucediendo. Fuentes extraoficiales hablan de extraños sucesos en los campos, en las calles de los pueblos. Se ha podido confirmar que una familia entera ha sido salvajemente masacrada mientras dormían y que incluso… han sido.. ¡parcialmente devorados! Cuando sepamos que está pasando se lo comunicaremos>>.
—Ese es nuestro Condado…
—¡Gilipolleces!
—¡Richard, por favor! La niña.
         El hombre se rascó la tremenda barriga cervecera mientras miraba con desprecio a su mujer.
— Cállate gorda, ¿quién coño te has creído que eres para decirme como tengo que hablar?
      La mujer miró con disimulado asco la panza de su marido. Era tan grande que desbordaba los límites de la tumbona, rebosando a ambos lados. Un tumbona que ocupaba el mejor sitio frente a un anticuado televisor. Richard lanzó una mirada asesina a su mujer. La pequeña Maggie se fue a su habitación sin decir esta boca es mía, no tenía ganas de ver otra paliza y además seguro que a su padre después le quedaban ganas de continuar golpeando a alguien.
—¿No me irás a decir que te crees esas tonterías?
—No dirían algo así de no estar seguros ¿no? — contestó insegura la mujer.
—Será alguna broma pesada como la de la invasión extraterrestre ¡Apaga la puta radio y enciende el televisor! Va a empezar el partido, y trae otra cerveza, que estoy seco.
          La mujer recogió la papelera que estaba a rebosar de latas y la vació en la basura que ya se encontraba desbordada.
         Maggie, ya en la intimidad de su habitación, conectó su pequeño transistor. Esa afición a la radio le venía de su madre, quizás a consecuencia de que en casa la televisión solo se encendía para ver partidos de fútbol americano, o esas películas de tiros que tanto le gustaban a su padre y tanto les aburrían a ellas. Sintonizó la primera cadena de noticias que encontró en el dial. Unos fuertes golpes resonaron en toda la casa. Alguien estaba aporreando la puerta con muchísimo empeño.
             La radio emitió estática antes de que la voz de un acelerado locutor pudiera oírse.
—Dicen que se ha podido ver a gente comiéndose a otras personas ¿qué hay de cierto en eso John? … ¿John?…
—Sí Peter, me encuentro en la calle principal de Holloways, con uno de los testigos ¿es cierto que ha visto a uno de sus vecinos atacar a otro?
—Así es, era el mal nacido de Michael Werner— el hombre hablaba con un fuerte acento del centro del país—, mi vecino desde hace más de 20 años. El muy cabrón atacó a Robert Phill, otro vecino que paseaba su perro tranquilamente, y comenzó morderle la cara ¡juro que le vi arrancar pedazos enteros de carne del pobre Robert!
—¿Un momento? — le interrumpió el locutor desde los estudios—, ¿me está diciendo que vio a uno de sus vecinos comerse a otro?
—Así es señor, el muy cabrón terminó de comerse la cara de Robert y luego continuó con el resto de su cabeza, no pudimos hacer nada, estaba como poseído, lo intentamos con todas nuestras fuerzas, pero no hubo manera, se deshizo de nosotros como quien no quiere la cosa.
            Los golpes en la puerta sonaban con más fuerza. Maggie oyó el crujir de la tumbona y los pasos de su padre mientras maldecía cagándose en los muertos de quien le estuviera destrozando a golpes su puerta.
—¡Un momento!— gritó John, el locutor a pie de calle—,¡ algo está pasando, un gran grupo de personas se dirige hacia nosotros!, Peter, vamos a tener que cortar la conexión, esto no me gusta…
—¿Qué está pasando exactamente John? — Preguntó Peter desde los estudios.
—¡Esta gente está loca!,están atacando a los que estamos en la calle y ¡joder!, ¡se los están comiendo!

          La puerta se abrió con fuerza, astillas volaron por todas partes. Maggie corrió al salón, tenía que contar a sus padres lo que estaba pasando allí fuera, a pocas calles de distancia. Se quedó paralizada al ver lo que estaba pasando. Su último gesto fue de satisfacción al ver como un individuo arrancaba la garganta de su padre de un mordisco.

sábado, 17 de octubre de 2015

Declaración de intenciones

     Hoy tiene lugar el nacimiento de este blog. Un lugar en el que poder plasmar mis inquietudes literarias en forma de relatos, artículos de opinión, reseñas y muchas otras formas. No pretendo llegar a mucha gente, me conformo con llegar a alguien y que me incluya entre sus imprescindibles. Prometo aquí ante nadie más que mi mismo, que actualizaré este blog de forma periódica, si bien no muy a menudo, si lo suficiente como para que sea interesante.
Y sin nada más que añadir, comienza esta aventura...