lunes, 30 de noviembre de 2015

La Maldición

  
     



    Este relato lo escribí para participar en el taller literario de la página de Literautas. Dos requisitos: Máximo de 750 palabras y la prohibición de utilizar la letra "t".



La Maldición 

El cuerpo sin vida de la joven reposaba lánguido sobre el blanco suelo. Su bella desnudez exhibida de manera impúdica bajo la mirada de los que allí nos hallábamos.
Mis ojos, aún sin querer, se recrearon en las bellas y pronunciadas curvas de sus senos.
La escena sería de una morbosa belleza, de no ser porque las vísceras de la fallecida surgían de una gran herida en su abdomen.
Me despojé del sombrero y la gabardina empapados por la fría lluvia invernal, y los dejé sobre una silla de diseño demasiado moderno y de un color rojo chillón a juego con la sangre.
Examiné de nuevo la escena: La bella joven parecía que acababa de sobrepasar las dos décadas de vida, caída en el suelo, desmadejada, la mirada sin vida parecía inquirir ¿por qué? Sus manos agarraban un cuchillo de grandes dimensiones hundido en su cuerpo. La sangre había dejado de manar hacía mucho y cubría como una segunda piel sus manos. Un asqueroso olor a hierro inundó mis fosas nasales, era el olor de la vieja de la guadaña.
  Me acerqué más a la joven asesinada, me arrodillé y coloqué la palma de mi mano derecha sobre sus bellas facciones, eché a un lado un mechón rubio. La piel se percibía fría, en un segundo comenzaría el calor, como siempre. Un policía uniformado que observaba la escena del crimen, se alarmó y fue a decirme algo, pero su compañero, más viejo y que ya me conocía de casos pasados, le impidió hacerlo cogiéndolo del brazo.
El calor abrasó mi mano, y a pesar de que lo había hecho muchas veces, no pude dejar de sorprenderme, parecía que mi mano iba a comenzar a arder. Las imágenes y emociones comenzaron a fluir, vi y percibí lo mismo que la chica a segundos escasos del fin de su vida. Pude percibir el dolor de su corazón por un abandono amoroso, la desesperación en el forcejeo sabiendo que no podía hacer nada. Y al final el frío acero abriéndose paso en mi/ella, desgarrando el cuerpo, su mirada final fue para su asesino. Luego un fondo negro, la oscuridad reclamó su reino. Alma y cuerpo sumidos en el descanso del olvido por siempre.
Abrí los ojos de improviso, el joven policía dio un paso de espaldas, horrorizado por lo que mi cara revelaba, enorme dolor e incredulidad, las lágrimas cayeron por mis mejillas, inundando mis labios de dolor salado. Esos ojos… los ojos del asesino, los conocía muy bien. Me rehíce al cabo de unos segundos, después nada más, una simple mirada de comprensión, el viejo policía supo que ya había aclarado el crimen. Cerré los ojos de la joven con suavidad y abandoné el lugar.
Conduje por muchas calles, sin saber muy bien lo que hacía ni a donde iba. Cuando llegué a una zona conocida, supe que algo me había guiado en la dirección adecuada. Me bajé del coche, notaba una enorme presión en mi pecho, no podía respirar. Paré en las escaleras para hace acopio de fuerzas por lo que iba a pasar. Presioné el pulsador como muchas veces en el pasado, esperaba
que no hubiera nadie, pero las bisagras crujieron al girar.
Mi compañero apareció. El único compañero que había conocido en más de diez años, el que me había apoyado en mi divorcio, al que había consolado cuando su hija murió por culpa de un coche conducido por un borracho. El compañero al que había respaldado cuando casi acaba con la vida de ese hijo de perra borracho al apresarlo. Mi compañero, mi amigo, el hermano que nunca conocí.
Nuestras miradas se cruzaron, supo lo que iba a pasar.
—Esperaba ver a un enfermo, no lo pareces — le dije.
—He rezado porque no dieran el caso a mi mejor amigo — respondió sin hacer caso de mis palabras.
—Eres un cabrón.
—Sí, lo soy.
—Dame las manos.
—¿Me vas a esposar, aquí en mi casa?
No respondí, le giré y le esposé sin más preámbulos.
—Es lo que se merece un hijo de perra asesino.
El camino a la comisaría pasó como un mal sueño, como una pesadilla que nunca quise soñar. Miré por el espejo, mi mejor y único amigo, un asesino. No pude dejar de pensar si mi don no había dejado de ser un don, y había pasado a ser una maldición.